“Porque yo sé los planes que tengo para vosotros» —declara el SEÑOR — «planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza.”
Jeremías 29:11 LBLA
Todos conocemos la historia de la Cenicienta. Esa chica utilizada como sirvienta y sometida totalmente por su madrastra y sus hermanastras. Quien logra mágicamente llegar a un gran baile donde se elegiría una doncella que sería luego la esposa del príncipe; huye sabiendo que a la media noche todo el encanto mágico desaparecerá. Pero no sin antes, dejar un cristalino zapato olvidado por su prisa.
El príncipe; quien había tenido la dicha de conocerle esa noche y bailar con ella, toma el zapato en su mano como la única forma de hallar entre tantas doncellas del reino, aquella que le había cautivado.
Sin embargo, no fue tan fácil su búsqueda. Todas las doncellas buscaban a la fuerza que les quedara el calzado, pero sin éxito.
Recuerdo todavía esas escenas y sólo puedo reír; pero además pienso en lo difícil que es caminar con un zapato que no te queda, ya sea por ser muy pequeño o muy grande, simplemente calzarlo ya es toda incomodidad.
Cuando mi hija tenía unos dos años fue invitada a un cumpleaños. Dado a que en ese momento yo cuidaba a mi mamá, quien había sufrido de un accidente de trabajo, no podía llevarle. Mi cuñada en ese entonces, me pidió autorización para llevarla junto con mis sobrinos, así que accedí y le arreglé una pequeña mochila con ropa adecuada para la ocasión, ya que el viaje era largo. Tan pronto cuando llegaron al lugar, ella se encargó de vestir a mi niña rápidamente. Sin embargo, algo no estaba bien. Mi niña, que solía ser muy extrovertida y juguetona; se la pasó todo el día sentada. Ni siquiera caminó un poco. Al llegar a la casa mi cuñada me expresó su asombro por la conducta de ella durante el cumpleaños, pero al tomarla en mis brazos pude notar rápidamente que ella calzaba unos zapatos que no le pertenecían. Mi cuñada recordó que la vistió al lado de otra madre que también estaba cambiando a su hija y era obvio que los zapatos, que eran idénticos, se habían mezclado. Todos sentimos una gran pena pensando en el mal día que había pasado mi niña.
Aunque parezca un poco extraño, es precisamente eso lo que sucede cuando intentamos imponer nuestras agendas, deseos, planes o nos esforzamos y revelamos para hacer lo que nosotros queremos en vez de aceptar la voluntad de Dios; aparece una sensación de incomodidad espiritual.
Algo como una analogía de la incomodidad que viene por calzarse un par de zapatos de la talla inadecuada.
Además de tenerte incómodo; te detiene, te hace quedarte sentado, mientras otros disfrutan de llevar el calzado que les pertenece.
Cuando vivimos una vida de adoración y de obediencia siguiendo el camino de Dios, Él nos promete que experimentaremos «bienestar»
Esto no significa que la vida será fácil, pero cuando comenzamos a seguir el plan de Dios en nuestras vidas, es como encontrar un par de zapatos que se ajustan a tu pie con comodidad. Nuestro Padre, sabe muy bien cuál es nuestro zapato y puede rápidamente identificar cuando hemos metido el pie en el incorrecto. Así cómo yo lo hice con mi hija.
Hoy muchos están estancados por meter sus pies en los zapatos equivocados; hacen todo un esfuerzo en sus planes, pensando que así alcanzarán un gran reino, o sea aquello que sus corazones desean. Pero con sus propias fuerzas, planes u opiniones sólo terminarán perdiendo el Reino de los Cielos.
Dios ha preparado un plan para cada uno de nosotros y forzar nuestros pies a caminar en otro plan sólo nos alejará de su reino.
Tenemos una gran esperanza cuando obedecemos a Dios en sus planes. Aceptar sus planes es permitir que nuestro Amado llegue hasta nosotros a calzarnos. Luego nos casaremos con Él y viviremos felices para siempre con Él en su reino.
“Si oyeren, y le sirvieren, Acabarán sus días en bienestar, Y sus años en dicha.”
Job 36:11
Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Mateo 25:34
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