“Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó. A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado.” Mateo 10:1-5, 7
En la cultura judía de los días de Jesús, cuando cumplías cinco años, te enviaban a la sinagoga para aprender la Torá (parte del Antiguo Testamento). A la edad de diez años, todos los estudiantes conocían parte de la Torá, y solo los mejores continuaban aprendiendo el resto del Antiguo Testamento.
El otro grupo de niños, "los estudiantes no tan buenos", regresaban a casa, a los negocios de su familia. Los niños que después de los diecisiete años eran elegidos para continuar estudiando y querían hacer una carrera en estudios religiosos, tenían que encontrar un rabino y postularse para convertirse en sus seguidores. Se sentaban a los pies del rabino, quien, a su vez, les hacía preguntas y los evaluaba para elegir lo mejor de lo mejor. Estos adolescentes, seguirían al rabino y vivirían con él, para convertirse en rabino después de muchos años.
Jesús era un rabino, un maestro de la Palabra de Dios. Es sorprendente que, como rabino, Él haya elegido a quienes quiso que le siguieran. Jesús no eligió lo mejor; escogió a los del montón, los incapaces que no llenaban los requisitos, pero los que estaban dispuestos a seguirle.
¿Te imaginas lo grande que fue este llamado para ellos? Si estaban pescando, si estaban realizando tareas comunes, significaba que "no eran aptos" para seguir a un rabino, y aún así, el Señor los estaba llamando.
A veces, frente al desafío de nuestro llamado, encontramos más excusas para la negación, que razones para la aceptación.
Jesús no te llamó porque eres perfecto y sabes cómo hacerlo todo.
De hecho, a menudo me sorprende pensar en que Él sabía exactamente TODO lo que yo haría en el cumplimiento de mi llamado y eso incluía lo bueno, como lo que haría mal. Incluía mis malas decisiones, tropiezos, caídas y fracasos. Sin embargo, eso no lo detuvo al mirarme y elegirme.
Si Dios nos mirara desde su perfección, definitivamente yo no sería pastora; porque no estoy calificada. No importa cuantos diplomas, certificados o experiencias haya alcanzado, sé que sierva inútil soy.
Entonces, hay tres posturas posibles ante tu llamado; puedes detenerte a la orilla del mar de tus limitaciones o bien puedes ir confiando y dependiendo de tus habilidades y capacidades o puedes permitir que Dios te muestre qué hacer y cuando hacerlo.
La falta de identidad o baja autoestima como también el orgullo y la autosuficiencia pueden limitar la forma en que Dios te use, y el momento en que cualquiera de estos permitas en tu vida, es el momento en que dejarás de confiar en Dios e irás rumbo al abismo.
Es de suma importancia comprender y recordarnos continuamente que necesitamos a Dios. Lo necesitamos mucho, desesperadamente en todos los aspectos de nuestra vida y cada día. Sin su intervención, siempre seremos los incapaces.
Jesús dijo: “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Juan 15:5) NVI.
¡Jesús nos escogió! ¡Él quiere usarnos!
Él es quien nos da la capacidad y quien nos guiará en cada paso del camino para garantizar nuestra victoria. ¿Que tal si tu también le sigues?
¡Confía en Él!
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